Mi primera experiencia GAY


Ir solo a un sitio de rumba puede ser una experiencia que no sale de lo común, pero en este caso ir a explorar que sentía antes de darme cuenta que me gustaban los hombres mucho más que las mujeres con las que había estado, es algo que marco mi vida.
______________ 


La primera vez que entre a un sitio de hombres que gustaban de otros hombres, fue muy extraño, digo la primera vez porque después lo disfrute mucho, tanto así que he ido tantas veces como me es posible.

Tenia 22 años de edad recién cumplidos, transcurría el año 2007 y hasta ese momento negando una evidencia que cada vez estaba más clara: siempre había tenido dudas sobre mi inclinación sexual. Tenía dudas y quería confirmarlas. Lo que sí que sabía era que por encajar en el modelo heterosexual, había tenido muchas relaciones sentimentales con mujeres que no me habían hecho sentir lo que viví esa noche. Ahora con este relato  lo puedo decir. Nunca me han interesado lo suficiente como para salir de fiesta por ellas o como para dedicarles parte significativa de mi tiempo. Tener relaciones sexuales con mujeres para mí no era nada del otro mundo. Solo lo hice con aquellas con las que sabía que lo tenía fácil, bien por que les gustaba lo suficiente o simplemente porque las cosas se iban dando. Con esto no quiero decir que no lo disfruté y mucho, que no se ofendan las afectadas.

Por eso resultó tan significativo en mi vida lo que pasó ese día cuando decidí pasar a la acción y comprobar de una vez por todas esa duda que me carcomía el alma y que arrastraba desde hacía tantos años. Por aquella época estaba estudiando Comunicación social en la Universidad y compartía clase con un chico que era evidente su gusto por los hombres, su manera de hablar, caminar, sus expresiones, era una “loca” y a él parecía no importarle “que se le notara”. Para no levantar sospechas con mis otros compañeros, decidí ingresar al grupo de danzas de la universidad, donde él también era integrante, allí nos hicimos amigos al inicio hablamos de danza contemporánea, clásica, académica, tradicional, folklórica, regional, etc… ya no recuerdo en que terminaban esas discusiones. Nunca fui capaz de decirle a él lo que me pasaba, ante lo cual acabé inventándome una excusa para dejarle de hablar, no quería que los demás se dieran cuenta. En ese momento no descubrí que no me gustaban los hombres. Descubrí que había unos que no me gustaban.

Volviendo al día del relato y como evidentemente nadie era consciente de las dudas que habitaban en mi cabeza,  salí a la calle a buscar un acercamiento a mi primera experiencia gay.  Ese día descarté un par de sitios de esos que funcionan a puerta cerrada —y que Quien sabe lo que hay dentro— y me fui directo a uno de los lugares donde se decía frecuentaban los gays en Bogotá, Chapinero.

Esta vez quería fijarme bien y encontrar un chico que no fuera un cualquiera, sino que me atrajera, para poder confirmar si mis sospechas eran ciertas o no. Cuando no sabes si eres gay pero te fijas en hombre hay una duda que te planteas: ¿Es deseo o es admiración? ¿Quiero a ese chico o me gustaría ser cómo él? Es una bobada pero esto del autoengaño es lo que tiene.

Cuando ingrese a un sitio que se llamaba el café internet bar, me lo imaginaba distinto, era un viernes por la hora de ingreso estaba todo vacío, después de un rato empezaron a ingresar muchos hombres lindos, pero me daba miedo empezar una conversación con cualquiera, así de repente. Tampoco era algo demasiado difícil ya que con bastante frecuencia había uno que se te quedaba mirando fijamente, como invitando a hablar. Pero como era novato, el miedo  me estremecía el cuerpo, la verdad. Inicialmente dos de ellos, bastante jóvenes por cierto, se me quedaron mirando tanto rato (y yo a ellos), que al final me acobardé y me fui a otro lugar.

Me fui a otro espacio, de pronto llegué a un local bastante grande e iluminado y lleno de gente. Gente de todas las edades, donde no resultaba incómodo explorar en busca de alguien o simplemente estar solo. Recorrí todo el bar sin ver a nadie de mi agrado. Ya tenía en mi cabeza bastante la idea de que al fin y al cabo yo no pertenecía a aquel sitio, y que si no encontraba a nadie era porque no era eso lo que buscaba. No era mi intención dejar mi problema por resuelto, sino buscar de otro modo, por otros sitios. Cuando decidí irme, vi avanzar entre la gente a aquel chico, recién entrado en la discoteca. Mono, de test blanco y delgado. El estómago se me encogió y esperé a que pasara por mi lado para que viera que le estaba mirando. Pero no me hizo caso y siguió a lo suyo.

¿Era envidia o era deseo? Aquella noche iba a averiguarlo, y aquel chico era perfecto pero algo me daba a entender que ahora empezaba lo más difícil. El chico volvió a pasar por mi lado y me miró, pero como se mira a cualquiera, sin percatarse de cómo lo miraba yo, ni lo que él me estaba haciendo sentir. Él se fue con un grupo de gente que lo estaba esperando y se quedó con ellos junto a una de las barras. Yo decidí ponerme cerca de ellos y pedirme un trago de vodka mientras seguía mirándolo. Él ya se había dado cuenta pero, no tomaba ninguna reacción. Decidí atacar de forma indirecta y mientras él hablaba con su amiga, aproveché para preguntarle a uno de sus amigos dónde quedaba tehatron, mostrándole una invitación que había tomado de la barra. Le expliqué que era mi primera salida, me lo dijo, le dí las gracias y fin. Intento frustrado.

Seguí rondando por ahí, creo que no exagero si digo que una hora. Veía los videos musicales, me alejaba y cambiaba de espacio. Me había dado cuenta de una cosa: si desaparecía del campo visual del chico o fingía salir del bar, él se giraba y parecía buscarme o comprobar que seguía allí. Pero parecían apreciaciones mías. Pensé en seguirles cuando se fueran del lugar, pero no se movían de allí. Y estaba ya cansado de no hacer nada, y después de tanto rondarle me parecía tan antinatural acercarme que decidí irme a mi casa. Y cuando ya tenía el vaso de plástico y el local estaba casi vacío, en vez de irme tome e l último aliento y apliqué “¿a mí qué me importa si hago el ridículo o lo dejo de hacer si son gente que en cualquier caso y seguramente no volveré a ver en mi vida?" Y con la decisión tomada, me armé de valor, inventé una excusa y me dirigí hacia él con paso firme y decidido.

A los pocos segundos estaba literalmente escondido detrás de una columna. No era capaz de decirle nada. Cogí aire, repasé el plan y me convencí de que no era tan difícil. Volví a encaminarme hacia él y seguí derecho; no fui capaz. Al final, con más tímidez que valentía, me acerqué, le toqué el hombro y se giró. Lo único que fui capaz de decir fue: "... Perdona.... (Saqué el flyer) ¿Sabes dónde está esta discoteca?". Su amigo, muy antipático, dijo en alto que se lo había preguntado a él antes y me dejó en evidencia, pero el chico que a mí me interesaba fue muy amable, se interesó por mi y me invitó a que les acompañara a la discoteca. No me lo podía creer. Todo el tiempo que les había estado observando yo tenía la duda de si él era gay. Se llamaba Iván. Me dijo que me había visto por el bar, que si estaba solo. Le expliqué que  sí, solo y que no frecuentaba mucho la zona. Nos fuimos andando juntos a la discoteca aquella y hablando por la calle.

Entramos en la discoteca y yo me sentía algo extraño. Chicos sin camiseta, gogós dancers y casi todo hombres. Iván se dio cuenta y disfrutaba de mi “primera vez”. Con la excusa de enseñarme el local no tardamos en meternos solos entre la gente. Ahí me enteré de que él tenía novio, me incomodo un poco así que se lo hice saber, así como también le dije que nunca había estado con un chico y que en toda una noche de búsqueda él había sido el único que había conseguido captar mi atención.

Empezó a hablar cada vez más cerca de mi oído y antes de lo que canta un gallo estábamos besándonos (por iniciativa suya, claro) y yo sentí cómo el placer recorría mi cuerpo, mi cara y allá donde tocaban sus manos, y se canalizaba hacia mi humanidad, donde había un conflicto en mi mente. Luego del beso, me preguntó si me había gustado y yo le dije la verdad. Nos fuimos a pedir un trago él me preguntó si estaba bien y yo le dije que sí. Entonces me preguntó que qué me pasaba y yo le dije: "Pues que al final va a resultar que sí que soy gay" él sonrió. Yo me reí también, medio abatido, sin saber muy bien qué hacer con aquella certeza. Aquello me había gustado mucho, y no llevaba tanto alcohol encima como para no ser consciente de cada uno de mis actos.

La situación me gustaba mucho y el placer carnal en sí me estaba volviendo loco. Volvimos a bailar y nos tocamos el cuerpo. Había pasado noches imaginando el tacto del cuerpo de un hombre, de un chico joven y ahora lo tenía allí conmigo, en medio de un mar de desconocidos que garantizaban un anonimato casi seguro.

Me sentí muy afortunado, y entendí entonces porqué la gente era capaz de salir de fiesta con tal de buscar lograr desinhibirse y ser lo que no se logra en otros espacios, además entendí cómo eran capaces dos personas de estar horas y horas en un sitio como esos sin aburrirse. Con las experiencias que había tenido con las chicas, los besos habían sido un trámite obligatorio, previo al sexo que siempre se me hacía largo. Y es ahí donde vi sin lugar a dudas que era más gay que bisexual. Porque había descubierto aquello con un chico. Y casi a los 22 años, y no antes, por miedo y por ceguera.

Solamente puedo decir que era feliz como un quinceañero y que seguí a Iván* de la mano por la discoteca, dejándome llevar a donde me llevara. Y descubrí que en los bares gays los baños son comunes y las colas más rápidas porque bien sea se orina de a dos en dos, como hicimos Iván y yo.

Al final nos fuimos de la discoteca y yo dudaba de si nos iríamos cada uno a casa o si Iván tenía algún otro plan, pero como íbamos besándonos por la calle estaba feliz y cualquier opción me parecía bastante bien. Después de entrar por ultima vez al baño llegamos a una esquina y nos despedimos. Yo quería volver a verle así que le pedí el número celular  para llamarle en caso de querer salir otro día, él lo pensó un poco y me lo dio. Nos dimos un beso y nos fuimos cada uno para casa. Yo estaba muy feliz, después de mil años de dudas y razonamientos teóricos había tenido la oportunidad y los huevos de salir a la calle, ser valiente y averiguar cosas de mí que hacía tiempo que me hacían mucha falta, al menos si quería aspirar a ser feliz. El problema, como siempre, ahora lo conformaba la gente querida que tenía a mi alrededor, mi familia, mis amigos, mis conocidos, mi compañeros de trabajo y estudio, en fin, pero en aquel momento no tenía sentido preocuparse por aquello y sólo merecía la pena disfrutar de ese momento tan importante y decisivo.

Iván* resulto ser un man que nunca me respondió  el teléfono. Años después, he estado con otros chicos, pero aún sigo suspirando por él. Supongo que la primera experiencia marca pero además, inconscientemente, lo asocio a la felicidad que he vivido.

*El nombre fue cambiado para efectos de esta publicación.

Comentarios